Ingenio
y mal genio se unían para ahuyentar los amigos y vecinos de Julián. Andaba el
hombre con paso cambiado respecto a su pueblo, ni intenciones mostraba de
acompasarlo. Desde luego que no, y menos mientras continuara lloviendo. Estaba
harto.
Llovían
quejas por la mañana en la panadería, en la carnicería, en el supermercado; a
mediodía en la comida, a la hora del café y la partida en la taberna; agua día
y noche sin parar. Cuando no caía del cielo, la llamaban a gritos.
¡Este
año no hay primavera!
¡No
para de llover!
¡Con
este tiempo no nacerán las flores!
¡Y
las que nazcan se las llevará el agua!
¡Nos
vamos a quedar sin primavera!
¡Pasa,
Julián, no te quedes en la puerta!
¡Entra,
que te mojas todo!
¡Qué
manera de llover!
Hasta
las narices, estaba hasta las narices. ¡Qué coño tienen que ver las flores!
¡Sin
flores no hay primavera, Julián!
¡Cojones!,
eso lo dirás tú, todo el pueblo, me da igual; podéis decir lo que os dé la
gana. A ver si os creéis que al ahogarse las flores también se ahoga la primavera.
Pero a nadie parecía importarle lo que él decía, daba la sensación de que se
había puesto en marcha una confabulación para convencerlo de que a este año se
le iban a ir por el desagüe por lo menos tres meses.
Partió
a la ciudad sin decir adiós siquiera, ni a los que le preguntaban les respondía
más allá de: ni yo mismo lo sé.
Regresó
en una furgoneta, cargada de paraguas de todos los colores. Las descargó en la
huerta, a la vista de quien quisiera verlo. Pensaran lo que pensaran, le importaba
una mierda. Esperaría a la mañana siguiente, se dijo. Y, efectivamente, también
aquel día se meaba el cielo por las cuatro esquinas.
Comenzó
a plantar paraguas como si fuesen coles, abiertos y cerrados iban añadiéndose
al surco en fila de a uno. Huerta y jardín, las copas de los frutales e,
incluso, un pino que guardaba la entrada de casa como perro guardián, lucían
coloridos y engalanados.
¡Ya
podía llover!, lo que quisiese, que sin primavera nadie se iba a quedar.
¡Ni
de coña! A falta de flores sobraban los paraguas de… (¡hostias!, el pareado
ahora no). Que a Julián le importaba, como decía él: ¡una mierda!, la
primavera, las flores, los paraguas y sus vecinos; lo único que deseaba es que
se cambiase de tema de conversación en el pueblo. Ya estaba harto de que le
hablaran siempre del tiempo.