sábado, 31 de mayo de 2014

Los paraguas de Julián.

Ingenio y mal genio se unían para ahuyentar los amigos y vecinos de Julián. Andaba el hombre con paso cambiado respecto a su pueblo, ni intenciones mostraba de acompasarlo. Desde luego que no, y menos mientras continuara lloviendo. Estaba harto.

Llovían quejas por la mañana en la panadería, en la carnicería, en el supermercado; a mediodía en la comida, a la hora del café y la partida en la taberna; agua día y noche sin parar. Cuando no caía del cielo, la llamaban a gritos.

¡Este año no hay primavera!
¡No para de llover!
¡Con este tiempo no nacerán las flores!
¡Y las que nazcan se las llevará el agua!
¡Nos vamos a quedar sin primavera!
¡Pasa, Julián, no te quedes en la puerta!
¡Entra, que te mojas todo!
¡Qué manera de llover!

Hasta las narices, estaba hasta las narices. ¡Qué coño tienen que ver las flores!
¡Sin flores no hay primavera, Julián!

¡Cojones!, eso lo dirás tú, todo el pueblo, me da igual; podéis decir lo que os dé la gana. A ver si os creéis que al ahogarse las flores también se ahoga la primavera. Pero a nadie parecía importarle lo que él decía, daba la sensación de que se había puesto en marcha una confabulación para convencerlo de que a este año se le iban a ir por el desagüe por lo menos tres meses.

Partió a la ciudad sin decir adiós siquiera, ni a los que le preguntaban les respondía más allá de: ni yo mismo lo sé.

Regresó en una furgoneta, cargada de paraguas de todos los colores. Las descargó en la huerta, a la vista de quien quisiera verlo. Pensaran lo que pensaran, le importaba una mierda. Esperaría a la mañana siguiente, se dijo. Y, efectivamente, también aquel día se meaba el cielo por las cuatro esquinas.

Comenzó a plantar paraguas como si fuesen coles, abiertos y cerrados iban añadiéndose al surco en fila de a uno. Huerta y jardín, las copas de los frutales e, incluso, un pino que guardaba la entrada de casa como perro guardián, lucían coloridos y engalanados.
¡Ya podía llover!, lo que quisiese, que sin primavera nadie se iba a quedar.


¡Ni de coña! A falta de flores sobraban los paraguas de… (¡hostias!, el pareado ahora no). Que a Julián le importaba, como decía él: ¡una mierda!, la primavera, las flores, los paraguas y sus vecinos; lo único que deseaba es que se cambiase de tema de conversación en el pueblo. Ya estaba harto de que le hablaran siempre del tiempo.

viernes, 16 de mayo de 2014

Y los trajo la lluvia...

Entre pendones iba el difunto, rezaban las malas lenguas. El pendón negro anunciaba el entierro que, ayudado por la cruz, abría paso al féretro con el finado dentro; seguía el cura, un monaguillo y la viuda; detrás, los allegados, las plañideras y demás acompañantes. Cerraba el cortejo fúnebre la muerte con su guadaña para que no le robaran el cuerpo.

Llovía, arreciaba, diluviaba; el cielo se vino abajo todo junto. No sólo no encontró cabida en el río, sino que la riada arrasó campos, caminos y cuanto se le interponía. Otra desgracia, el cementerio se encontraba en la parte baja del pueblo y allí llegó el acompañamiento al completo; arrastrados y revueltos, sin orden ni concierto. Hasta la misma parca se vio estampada contra las rejas del camposanto. <<Y los trajo la lluvia —contaría después el enterrador—, a todos; costaba saber cuál era el muerto>>. Tan sólo se echó en falta la guadaña, esa no apareció por ninguna parte; ¡ah!, y la curiosidad, muy llamativa por cierto, de ver como la viuda, espatarrada a más no poder, lucía unas inmaculadas bragas rojas. <<¡Un milagro, por poco no tengo que enterrarlos a todos!>>.

viernes, 9 de mayo de 2014

Vicente, un lobo muy decente


Soy Vicente, el lobo con el que se asusta la gente. Aaaauuuuuuuuu, aaauuuuuuu, soy un lobo muuuy maaaalo. Mentira, es mentira. Yo no me he comido a la abuela de Caperucita. Era una anciana, enferma y encamada, que dejaron sola al otro lado del bosque; un menú nada apetecible. Tampoco me he comido a Caperucita, a pesar de lo rica y tierna que estaba. Porque ¿a qué niña permiten cruzar el bosque sin ir acompañada? Que yo sepa, a ninguna. Además, muy pocas niñas son tan inocentes como para quedarse a charlar amistosamente con el lobo. Si fuese así, me pondría morado. La fanfarronada del leñador no la superan los cazadores ni los pescadores, por exagerados que parezcan. Anda que, atreverse a decir que sacó a la abuela y la nieta de mi barriga, después de habérmelas zampado, y encima, vivas y con ganas de contarlo. Mentira, una colosal mentira.

Ese soy yo, Vicente, el lobo con el que se asusta al inocente. Aaaaauuuuuuuu, aaauuuuuuuuuuu... ¡Qué mieeeeeedo! Mentira, mentira podrida. Y si no, vean: que los cerditos son vagos y no quieren trabajar, ¿para qué está el lobo Vicente? Mi capacidad pulmonar no tiene límites; a su lado, el huracán es una simple brisa. Levanto las casas como si fuesen plumas. Aunque, por desgracia, debo de ser bastante patoso, porque no ser capaz de correr más que un cerdito... ¿Dije uno?, perdón, eran tres: dos vagos y uno que trabajaba. De verdad, soy la vergüenza de todos los lobos. Lo de saltar por la chimenea, eso ni los cerditos lo sueñan, por muy asustados que estén. Mentira, cochina mentira.

Sí señor, soy Vicente, ese lobo feo y maloliente. Aaaaauuuuuuuu, aaauuuuuuuuuuu... ¡Qué asco de lobo dios mío! Mentira, sucia mentira. En cuanto a lo de los cabritillos, eran siete ¿no?; y su mamá cabra, ¡huummm! menudo banquete. Qué pena que no fuese cierto ¿verdad? Pero ¿quién se imagina que los cabritillos van a estar viviendo a todo lujo?, ¿y que su mamá cabra salga de compras como una típica ama de casa? Yo no, desde luego. Bastante me costó mirar en el establo y en los pastos que hay cerca del monte. ¡Cuánto miedo pasé! Menos mal que los perros son primos, porque de amigos no tienen ni el nombre. Total, para nada; estos cabritillos viven a cuerpo de rey. Tanto que ya me parece que pasan de cabritos. Mentira, todo mentira.

Pobre Vicente, el lobo que ya no da miedo ni enseñando los dientes. Aaaauuuuuuuu, aaaaauuuuuu... —¿Tienes sueño, Vicente? —me pregunta la Luna—. No, no. No tengo sueño. ¡Uuuuuyyyy, cuánta gente haaay! Y la verdad, había más personas que ovejas. ¡Ay! Pedrín, Pedrín... Bromista el niño, ¡eh! Las veces que engañó a todo el pueblo con sus gritos de socorro: ¡que viene el lobo!, ¡que viene el lobo! Mentira, vil mentira. Sin duda, es al niño a quien había que comer ¿o no? El jovencito se pasó lo suyo, pero quién se atreve a acercarse a él con semejante batida a su alrededor. La gente yendo y viniendo, monte arriba y monte abajo y, supongo, que un enfado padre. Yo, ni de broma. Mentiras, no son más que mentiras.

Ya ven, ese soy yo: Vicente, el lobo al que no ha parado de darle palos la gente. Aaaayyyyy, aaaayyyyyy, que ya no como ni frío ni caliente.

domingo, 4 de mayo de 2014

Ruidos ambiguos


Mientras dos vecinas charlaban asomadas, unos ruidos ambiguos resonaron en el patio.

–¿Oyes esos tumbos?, parece que vienen del piso de Conchi...

–Es su marido, seguro; desde que le dijeron que su mujer tenía orgasmos se los quiere quitar a empujones.

–Los hombres son todos iguales…

–Sí, cuando oyen hablar de cuernos, sonríen con malicia o bufan como toros; pero no entienden nada de nada.