domingo, 23 de marzo de 2014

La gallina verde


Era feo, con o sin boina; muy feo. Salió a comprar una lechuga y le vendieron una gallina, una gallina verde que cantaba como un gallo. La vaca parió en la huerta. Sembraría las coles en la cuadra, ahorraría en Internet. Las chicas del club se habían solidarizado: “no money, no pussy”. Ni vino, ni vinagre; o a orillas de la carretera, en vez de plantas, crecían señales de tráfico. Calvo sin boina, sino chaparro. Guapas para ser sultán por un día, guapísimas, pero “no money…” Subastaría la gallina en Ebay ¿Ponedora?, no; pero era verde, verde como una lechuga.

domingo, 16 de marzo de 2014

París florece en invierno

Amigo mío, te has enamorado. No es posible que dos semanas después de llegar a París, un París frío, lluvioso y cenizo, como tú mismo lo describías en la primera carta, se convierta de pronto en un paraíso de sol, campos verdes y flores. Tú, te enamoraste. Ni París florece en invierno sin motivo.

No lo sé, resulta muy fácil hablar de amor, del ajeno ¿Y qué otra cosa puede ser si no?, dime. Es cierto que París se parece a una mujer bella, dolorosamente bella, un rayo de luz en el que cabe la inmortalidad; pero cómo le voy a llamar amor si lo que siento es deseo. Sí, bastó una mirada; demasiado efímera para sostenerla, pero suficiente para desearla y soñarla cada día, cada hora, a cada instante. Hasta las costuras, te has enamorado hasta las costuras.

Insistes a pesar de que tu convencimiento no me alivia ¡Cállate!, no es a mí a quien tienes que decírmelo, sino a ella. Háblale, dile como es, sé su espejo, en el que con más nitidez pueda verse.

¡Ay, París! ¿Pero es que no te das cuenta, cómo voy a mostrarle mi deseo si me condena tan sólo por mirarla? ¿Le digo que al contemplar sus Campos Elíseos tiemblo ante su Arco de Triunfo? Siento y oigo, caricia a caricia y beso a beso el ascenso a Montmartre; los latidos de mi corazón se confunden con el suyo que es sagrado. Cuánto daría por transformar en infinito, despacio, muy despacio, hoja a hoja, pétalo a pétalo, su Jardín de Versalles; oler y saborear cada flor como si en ello me fuera la vida (que se me va), hasta que la eternidad se convulsione y nos convierta a los dos en uno ¿Se lo digo? ¡Qué si se lo dices!, sube a la Torre Eiffel y grítaselo con todas tus fuerzas, para que lo oiga Francia entera.

Ahí ya estoy, en lo más alto, con ella iluminada igual que las noches más oscuras. Pues adelante, sé valiente y convéncete de una vez, que a lo que tú llamas deseo en París es amor.

Agradezco tu amistad y los ánimos que me das, pero, entrañable amigo, ya ha pasado el tiempo del asalto a las Tullerías; ya no resulta placentera la toma de la Bastilla si ella no disfruta con su entrega. Las orillas del Sena, con sus puentes o sin ellos, han de ir de la mano. Tú sabrás, La Libertad es una dama esculpida a cincel, condenada a ver fluir las aguas del ocaso de París. Lo sé, lo sé; y Notre Dame el comienzo en una isla inmóvil en medio del río.


París es París y aunque florezca en invierno, no permitirá que le amen sus damas sin nada a cambio. Y si eres tú quien está en lo cierto, si este deseo fuese amor, antes de que el dolor sea insufrible, enterraré mi corazón al pasar por Montparnasse, camino del aeropuerto. Me quedaré tan sólo con su sonrisa y su hermoso recuerdo. Tranquilo, no tengas prisa, date un tiempo y, si es preciso, espera a que París venga a ti; porque si el amor duele, más duele su ausencia.

martes, 11 de marzo de 2014

Amarga Cena


Sí, amarga. Era para dos y sólo acudió él; la que iba a ser, por fin, una noche de amor, se volcaba en ausencia desoladora. Abonó la cuenta sin un SMS de disculpa que le acompañara y salió del restaurante. De regreso, la carretera estaba cortada; un accidente interrumpía el tráfico.

La volvió a llamar, una última esperanza. Uno, dos, tres…; que no salga el buzón, otra vez no, ¡maldi…!

–Diga –una voz de hombre se oyó al otro lado.

Silencio, su voz se negaba. Apenas cortó, se iluminó de nuevo el móvil e insistió la melodía de llamada. No contestó, ni a la siguiente tampoco.

Al llegar a casa, se sirvió un trago, también amargo. El móvil continuaba sonando, las llamadas no cesaban, y aunque no encontraba palabras, lo acercó al oído.

–!Conteste, si conoce a la dueña de este móvil responda, por favor…!